martes, 8 de junio de 2010

La dolce vita...



La comunicación es una de las primeras cosas que aprendemos en la vida, es curioso que conforme vamos creciendo y asimilando palabras y aprendiendo hablar menos sabemos que decir o como pedir lo que queremos de verdad...hay cosas que no queremos escuchar, a veces hablamos porque no podemos estar callados más tiempo, a veces hablas porque no hay alternativa y otras, en demasiadas ocasiones, te las reservas ...

Todos podemos pedir un deseo al año, al soplar las velas en nuestro cumpleaños. Algunos pedimos más: con las pestañas, en las fuentes, al ver una estrella fugaz… y de vez en cuando alguno de nuestros deseos se cumple. ¿Y qué pasa entonces? ¿Es tan bueno como esperábamos?¿disfrutamos de nuestra felicidad o nos damos cuenta de que tenemos una larga lista de deseos esperando a ser deseados?.

En mi caso deseo no olvidar quien soy, quizás un poco de donde provengo(los malos recuerdos) y no perder en el camino de la vida mis pequeñas cosas que día a día me hacen sonreír...
Que los momentos perfectos sigan congelándose en el tiempo.
Mi intolerancia a la mediocridad perdure por mucho tiempo.
Caricias inesperadas y sinceras, sin manos temblorosas.
Que mi postre favorito siga siendo comercializado en tarritos pequeños (esto me ayuda a racionar las dosis).
Seguir riéndome de los chistes malos inventados ,pero con ilusión contados por uno de mis hermanos(L).
Mis paseos en silencio junto a mi pequeño gran hombre, mi proveedor oficial de chucherías explosivas.
Conversaciones reveladoras a media noche.
Que mis libros, los culpables de mi primer pensamiento coherente y racional, sigan siendo mis grandes e imperturbables compañeros en la vida...

No siempre deseamos cosas tan simples, en ocasiones deseamos cosas ambiciosas fuera de nuestro alcance, sabemos que quizás pedimos demasiado, pero seguimos teniendo deseos, porque es posible que en algún momento nos sean concedidos...



confieso que...
Hay noches en las que desearia encontrarme la Fontana di Trevi de camino a casa. Sola, sin ningún Mastroianni que empalague el baño...



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